Imaginen un país con una superficie no demasiado mayor a la provincia más pequeña de la Argentina. Su población también es apenas superior a la de Tucumán. Y que hace unos 25 años emergía de haber estado sometida bajo dominio extranjero por décadas.
Ese país existe y se llama Estonia. En 1991 se independizó de la Unión Soviética con una economía devastada: su PBI per cápita era casi la mitad del de Argentina, casi 10% de sus habitantes habían muerto en la guerra, buena parte de los sobrevivientes vivía bajo el nivel de pobreza y su nivel de desarrollo tecnológico era prácticamente nulo.
Lo que pasó desde ese momento es una de las transformaciones más asombrosas y rápidas de una nación en la historia. Convirtiendo su pequeña escala en una virtud mas que un defecto, Estonia decidió que la base de su desarrollo debía ser la tecnología. Y se propuso digitalizar absolutamente todo lo que fuera digitalizable.
Hoy, un cuarto de siglo después, todos los trámites públicos y privados se hacen online; el celular actúa como documento de identidad, medio de pago y herramienta de firma de cualquier documento; todas las historias clínicas de los ciudadanos están en la nube; mientras en Argentina discutimos si el voto electrónico es seguro, en Estonia todos los electores votan directamente desde sus casas a través de internet; en las escuelas todos los chicos aprenden a programar desde primer grado; y el gobierno declaró el acceso a internet como un derecho humano y hay conexión gratuita a Wifi en todas partes. Es también el primer país del mundo en otorgar “e-ciudadanía” y, mientras la Argentina acaba de gravar con impuestos a las emergentes monedas digitales, Estonia ya está trabajando en tener una criptomoneda nacional y en ser la mejor jurisdicción global para llevar adelante estos nuevos negocios del futuro. ¡Ah! Y el transporte público es gratuito.
La familiaridad tecnológica de sus jóvenes también permitió que desde este diminuto país surjan emprendimientos de escala global, como por ejemplo la plataforma de comunicaciones Skype, y que tenga el mayor número de nuevas empresas per cápita de Europa. Eso llevó al crecimiento económico, al punto que solo 25 años después Estonia tiene el PBI de un país desarrollado, su tasa de analfabetismo es la segunda menor del mundo y sus estudiantes se ubican en los primeros puestos mundiales en las pruebas de rendimiento matemático, comprensión de textos y pensamiento científico.
En algún sentido, el grado de atraso y destrucción al momento de recobrar su independencia parece haberles jugado a favor. La inusitada visión acerca de la disrupción tecnológica de sus líderes les permitió comenzar de cero usando la infraestructura más avanzada en la base de la construcción del estado y su relación con los ciudadanos. Pero además lo más interesante de este pequeño país es su mentalidad que se parece mucho al modo en el que operan las nuevas empresas tecnológicas: no se trata de armar una linda foto sino de crear una gran película. Todo allí está diseñado para ser modificado de manera constante.
¿Entendemos en Argentina el rol de las tecnologías digitales disruptivas en la construcción del futuro? ¿Tenemos en nuestras cabezas las preguntas correctas? ¿Estamos hoy tratando de mejorar la foto o trabajando en entender las dinámicas que llevan a hacer una gran película de largo plazo? Este pequeño país, del que seguramente muchos de ustedes casi ni habían escuchado hablar, nos ofrece un estimulante y aspiracional espejo en el que mirarnos.