Como era de esperarse, la escalada del dólar, la suba de las tasas a alturas astronómicas y el resto de los males asociados que, como una tormenta de verano se abatieron y se abaten todavía sobre el sufrido invierno de los argentinos se refleja en el informe de precios de este mes.
Y lo hace en dos sentidos. En uno, el habitual, sobre la brecha de precios entre las principales cadenas de supermercados y los ofrecidos para los mismos productos por los puestos minoristas del Mercado Central. La medición de este mes de nuestro Observatorio de Precios nuestra que la estabilidad por la que tanto parecen padecer las autoridades es la norma en esta comparación: alrededor del 200% de diferencia entre unos precios y otros.
Lo que ha sufrido un salto cuya dimensión real aún no podemos medir son los precios de ambas zonas de la comercialización. Es decir, se encareció la vida. Aunque es de suponer que aún los productos no han acomodado sus precios reales (no todos aumentan en la misma proporción y al mismo tiempo y no siempre los costos son trasladados mecánicamente a precios) la influencia del aumento del dólar (o la devaluación del peso, que es lo mismo) y del costo del dinero se hacen sentir.
Quizás algunos comerciantes, en función de no ver caer drásticamente el volumen de ventas, decidan disminuir los márgenes. Pero esa siempre será una solución pasajera. Más tarde o más temprano, la realidad aterriza sobre la alcancía hogareña.
Mientras tanto, el nuevo Ministro de la Producción, Dante Sica, auguró meses difíciles por delante. No dijo cuántos, pero los argentinos que peinan canas ya saben de qué se trata: “Hay que pasar el invierno”. Ojalá sea solo eso.