Por Teddy Karagozian* para Perfil.com
En una excelente entrevista de Jorge Fontevecchia a José Nun del sábado pasado en Diario Perfil, al ser consultado por las tasas de impuestos a la herencia como recomienda Piketty, el doctor en abogacía comenta y promueve la conveniencia de hacerlo.
Difiero en este punto (aunque estoy de acuerdo con mucho de lo dicho por el entrevistado en la nota, https://bit.ly/nun-coronavirus-tapa-realidad), especialmente en el hecho de que en nuestro país los impuestos son (insoportablemente) regresivos y, por lo tanto, es necesario un cambio estructural del sistema impositivo.
Considero importante explicar por qué disiento, ya que creo que estamos en un momento clave de nuestra historia, donde podemos modificar radicalmente el sistema impositivo de nuestro país, debido a que nunca sucedió lo que está sucediendo (la imposibilidad de las empresas de pagar impuestos).
El sistema impositivo es de importancia superior al resto de las instituciones de las que tanto hablamos, pues es incluso anterior a estas. Cuando una tribu decidió elegir quién mandaba, también se estableció cómo soportarían a quién o quiénes lo harían. El impositivo regula al resto de las instituciones estableciendo los mecanismos de cómo se financian tanto el sistema ejecutivo como el legislativo y el judicial.
Demagogia. Es más fácil promover y votar impuestos a la herencia si uno no tiene nada que heredar o si es político y desea ganar las próximas elecciones. Este es uno de los problemas de la democracia basada en decisiones y reacciones de corto plazo, en comparación con estrategias que promueven el desarrollo en el largo plazo. Este tipo de comportamiento se conoce vulgarmente como “matar a la gallina de los huevos de oro” o, más científicamente, “la tragedia de los comunes”. Esto es lo que nos sucede en Argentina por tener un sistema de gasto público sin correspondencia fiscal, donde los que recaudan y pagan los impuestos y los que gastan y reciben subsidios no se hablan ni controlan entre ellos.
Los impuestos a la herencia en el mundo han ido disminuyendo y desapareciendo, como bien lo plantea con dolor Piketty en sus dos libros cardinales. Se los ha estado cambiando por impuestos de montos anuales sobre la riqueza, especialmente sobre la propiedad, que es un tema recurrente en Piketty, pues, como bien dice, es más desigual la distribución de la riqueza que la del ingreso.
Esto ha ido sucediendo dado que el premio para eludir estas cargas (el impuesto a la herencia o impuesto a la muerte, como lo llaman los americanos) es tan grande que ha provocado que los ricos de países con altos impuestos se trasladen a países con menos o nulos gravámenes u otras estrategias fiscales aún más simples.
Terminan llevándose todo el dinero aun en vida, empobreciendo así a su país natal o natural desde el momento en que lo hacen.
Libro. En Argentina hoy el sistema impositivo es totalmente regresivo, y en esto coincido plenamente con Nun, pero la solución no son más impuestos, ni impuestos a la herencia, sino menos (de hecho, 150 menos), más inteligentes, más fáciles de cobrar e imposibles de eludir, que promuevan comportamientos de la población más favorables para lograr el crecimiento y la eliminación de la pobreza, que ya por desgracia es endémica.
En mi libro Revolución impositiva, que puede bajarse gratis de internet, destaco por qué no es recomendable el impuesto a la riqueza, como se quiere impulsar con tanto énfasis en estos días, ni el impuesto a la herencia, como otras personas quieren proponer.
Nuestro sistema actual impone de modo voraz sobre la gente que genera valor agregado, sobre los que trabajan, y se utiliza a las empresas (que cada vez somos menos) para recaudar sobre los que consumen, ya que el impuesto termina dentro del precio de sus productos.
Promueve no generar valor agregado, vivir de renta y de subsidios, por lo que tenemos una gran población que no trabaja, o que trabaja para el Estado en procesos que no generan valor agregado, quitándoles prestigio a quienes trabajan horas y horas resolviendo los problemas de la gente, que no son fáciles para el resto de la sociedad de distinguir.
Esto es altamente regresivo, y los más pobres cada vez serán más pobres pues nadie los empleará, y como en general no se mudarán del país, serán prisioneros de un país cada vez más empobrecido.
Extranjerización. Los “ricos” de Argentina ya se hicieron extranjeros o se harán extranjeros mientras no se cambie la tendencia de querer resolver los problemas de un mal sistema político a través de más impuestos, cada vez más complejos, cosa que no ha dado ningún resultado visible en el pasado, más bien todo lo contrario, pues está relacionado con más pobreza.
Mi propuesta es imponer sobre los “propietarios”, reemplazando el impuesto a ingresos personales y/o a la herencia, que perjudica al inversor argentino y no al inversor extranjero; sobre los consumos que reflejen capacidad de gasto y que son fáciles de cobrar, como el consumo de combustibles y energía domiciliaria (fácil de discriminar en caso de desear subsidiar a los más pobres), y sobre consumos que promuevan una vida más saludable o que al menos paguen por las consecuencias de su consumo, como los impuestos que van sobre el alcohol, el tabaco y el juego.
También a la renta de los “empresarios”, pero la renta medida como el dinero que pasa de las personas jurídicas a las personas humanas cuando se reparten dividendos (cuando es líquida y fácil de pagar sin endeudarse), o cuando se transfiere de personas jurídicas en el país a personas jurídicas en otros países (que es por donde se pierde la mayor cantidad de dólares que nosotros, por desgracia, no imprimimos).
No impone sobre el trabajo, ni sobre las inversiones ni sobre los productos hasta que no lleguen al consumidor (7% sobre la venta final). Tampoco sobre el dinero que tengo líquido en los bancos: ¿qué lógica tiene imponer sobre esto último, promoviendo que los argentinos escondan el dinero haciéndolo más caro a los que invierten, se hagan extranjeros, o alimenten al gobierno americano comprando dólares y financiando el déficit de Estados Unidos, para recaudar nada y contentar un par de legisladores que no comprenden la lógica del capital?
Esta revolución impositiva promueve así la inversión y el empleo de argentinos en la generación de valor agregado, aprovechando al máximo la biomasa distribuida en todo el país, esa riqueza que tenemos los argentinos gracias a nuestro suelo y nuestro clima.
El precio de los productos caería un 75%, es decir, lo que vale 100 dólares costaría 25, la oferta y la demanda se incrementarían, y la sociedad no se sentiría violentada cada vez que compra algo. Lo pongo en dólares pues claramente no habrá una baja de precios en pesos, pero tampoco subirán. Da para otro artículo.
Pero en dólares la baja será tan importante que el costo de vida del país será muy bajo, por lo que la mochila que significa el Estado sobre la espalda de los privados, sobre la actividad productiva, se verá reducida significativamente, siendo esto una señal para el inicio de una tendencia de crecimiento para el país.
Los costos de producir algo serán sumamente bajos, pues la productividad de gran parte de las empresas privadas argentinas que sobrevivieron ya es alta.
Esto nos permitirá exportar cualquiera de los bienes y servicios a costos competitivos, promoviendo el empleo de más gente, incluso requiriendo muchos en edad de jubilarse, de personas que trabajan en el sector informal, de jóvenes, absorbiendo además personas que trabajan hoy para el Estado.
En un mundo como el que viene, esto es fundamental para iniciar la recomposición de nuestra riqueza comparativa, perdida en los últimos cien años.
Menos es más. Imponer sobre los bienes registrables, por ejemplo, los departamentos, incrementará la oferta de viviendas, y la eliminación de los impuestos a los sellos, el IVA, ingresos brutos, a los cheques y demás, hará muy económico construir (bajará el costo de construcción a lo que es en Paraguay, 250 dólares el metro cuadrado de calidad) y hará muy económico alquilar, con lo que bajará el costo de vida de aquellos “no propietarios”.
La eliminación de los impuestos en los productos de consumo disminuirá los pobres por dos vías: por el aumento de empleo producto del aumento de la demanda y por la disminución de lo gastado en consumo para vivir (hoy un pobre paga más del 100% de impuesto sobre el costo de lo que consume, una gaseosa cuesta menos de 50 y la paga 100, igual que lo que paga el “rico”). Pero también porque el Estado podrá con menos dólares alimentar a mayor cantidad de población.
Imponer sobre la propiedad, una fábrica, un campo, un departamento, a una tasa de 2% sobre el valor verdadero, es muy superior al impuesto a la herencia, pues se impone sobre un bien registrado, que puede ser de un extranjero, un argentino, una ONG o un trust. No importa de quién sea, contribuirá de manera pareja, no hay forma de eludirlo y es de fácil cobranza por el intendente, que promoverá el aumento del valor dando servicios que incrementen el precio de la propiedad, pues es de conveniencia mutua (correspondencia fiscal).
A medida que la edad promedio que vivimos se incrementa, el impuesto a la herencia disminuye en su contribución al fisco.
Un impuesto al 2% sobre el valor de la propiedad cada año es más parejo y menos volátil para el fisco y más dinero, pues una persona en 50 años paga y contribuye al resto de la sociedad el total de lo que tiene en bienes (100%), haciendo real el sueño de los marxistas y de Piketty, de que la riqueza vuelva a la sociedad. Pero de modo más inteligente.
Seamos inteligentes, usemos la crisis para hacer el cambio que todos sabemos que debemos hacer. No perdamos la oportunidad.
*Empresario.