Ya es un lugar común hablar de la crisis profunda de las democracias representativas. Desde hace mucho tiempo venimos leyendo y escuchando que los pueblos, de manera progresiva, van perdiendo la confianza en la democracia y, por ende, en las instituciones, en los partidos y en los políticos, hasta el punto de que porcentajes inquietantes de la población prefieren gobiernos dictatoriales si son capaces de resolver los problemas y dramas que la aquejan.
Las recurrentes crisis económicas ―con sus secuelas de aumento de la pobreza y desigualdad―, la corrupción que se ha constituido en estructural en la mayoría de las naciones y extrema polarización política, que alimentan los medios de comunicación y las redes sociales, que han fragmentado a las sociedades, son, entre otras, causas de la crisis de las democracias representativas.
El enfrentamiento, la pelea, la descalificación del otro como expresión de las estrategias políticas que hoy moldean las campañas electorales y, peor aún, la relación entre gobierno/oposición impiden el diálogo, la concertación, el acuerdo y, en suma, la capacidad de los gobiernos para resolver las problemáticas que afectan a las sociedades.
Un camino hacia la transparencia
Recientemente he publicado un breviario: “Democracias comunitarias”, que resume mi pensamiento y mis experiencias superadoras de estos conflictos que promueven y acrecientan las crisis.
Cito una frase que describe el sentido y el contenido de este breviario: “Los argentinos debemos recordar, con legítimo orgullo, que nuestro país fue el único de toda Latinoamérica que, en medio de una de sus crisis más profunda ocurrida en 2001, encontró el modo de recuperar el rumbo sin quebrar su orden institucional. Durante esos días quedó comprobado el valor del ámbito parlamentario como expresión de democracia, diálogo y búsqueda de consenso”.
En aquella Argentina convulsionada, a pasos de su implosión institucional, el expresidente Raúl Alfonsín y otros líderes me decían que debía asumir la presidencia. Les dije que no porque el espectro político se había mostrado dividido. Rodríguez Saá había sido elegido por la Asamblea Legislativa con 169 votos a favor y 138 en contra. Se me insistió en que la emergencia del país reclamaba que yo asumiera la responsabilidad. Entonces puse solo una condición: que la Asamblea me votara por unanimidad. Y les expliqué la razón de mi condición: porque la única manera que entiendo la gobernanza es mediante un trabajo en comunidad donde lo colectivo esté por encima de lo individual, donde los intereses del pueblo estén por encima de los intereses partidarios y sectoriales.
Aquel interinato presidencial fue exitoso. No lo fue por mérito de Duhalde. Fue un gobierno de la comunidad política argentina. Un gobierno de unidad nacional, el único de nuestra historia. Un gobierno en que ninguno de sus protagonistas principales se propuso para competir por la siguiente presidencia.
Nos propusimos poner a la Argentina de pie y en paz y sabíamos que necesitábamos la participación de todos los sectores de la sociedad. Así se constituyó la Mesa del Diálogo Argentino, que fue el espacio de concertación donde se analizaban, discutían y concertaban las leyes que se enviarían al Parlamento y las acciones que llevaría adelante el gobierno.
La experiencia argentina y de todo el mundo nos muestra que no hay iluminados que solos puedan llevar a un país a superar una crisis y sacarlo adelante. Eso únicamente puede ser el fruto del trabajo conjunto de una comunidad.
Termino estas líneas con otra cita del breviario: “En 2024, ante una disyuntiva similar a esos momentos terminales, quiero retomar mi idea de gobernar bajo el paraguas de una democracia comunitaria, porque estoy convencido de que la misma volverá a funcionar y nos evitará el abismo. ¿Quién dijo que todo está perdido?”.
*Expresidente.
Fuente: https://www.perfil.com/noticias/opinion/el-camino-para-superar-la-crisis-por-eduardo-duhalde.phtml