Cuesta creerlo pero es así. De no mediar cambios, la Argentina, que siempre fue reconocida en el mundo por la excelente producción de ganado bovino y sus derivados, está condenada a profundizar su crisis en la industria láctea que castiga por igual a los eslabones más débiles de la cadena: tamberos, fábricas y consumidores.
Según datos del Ministerio de Agroindustria hemos experimentado en el pasado lustro la peor caída de los últimos 50 años.
Así, en la Argentina en sólo cuatro años, los precios se incrementaron más de un 200 por ciento. Pasaron de 9,50 en 2013 a más de 30 pesos por litro al consumidor final en la actualidad.
Los Números de la Cadena de Valor de la Leche en la Mira
Nuestro principal problema radica en la intermediación, en los formadores de precio que generan una enorme brecha entre lo que cobra el productor y lo que paga el cliente por ese mismo producto una vez pasteurizado. De esta manera las familias abonan hasta seis veces más en el comercio minorista que el precio que recibe el tambero.
A la apuntada voracidad de los supermercadistas, se le suma la asfixiante presión impositiva argentina. La misma es altísima en todos los niveles. No solamente se practica desde el gobierno nacional sino que hacen lo propio los gobiernos provinciales y los municipales.
En la actual coyuntura, donde el fantasma de la pobreza y la desnutrición amenaza a millones de menores de edad, cada uno de los componentes de esta cadena debería aportar su esfuerzo. Particularmente, lo que merece un estudio profundo son los márgenes de rentabilidad de los supermercados. Además, si se eliminaran los gravámenes a los bienes de primera necesidad y se controlaran las ganancias de las grandes cadenas de comercialización tanto los tamberos como las fábricas podrían volver a respirar y el consumidor también se vería sumamente aliviado.
A modo de ejemplo, basta con apuntar que una reducción drástica o total del IVA, Ingresos Brutos, ganancias, sellados y tasas internas motivaría una merma en los precios del orden del 25 al 30 por ciento de su valor final.
Hasta ahora nuestro Estado exigió mucho y brindó bastante poco. La presión impositiva en la Argentina supera ya el 32% del PBI muy por encima de otros países productores de alimentos.
Pero quizá el indicador más débil para el país sea el de Infraestructura, donde nos ubicamos en el puesto 85, sobre 139 países consultados. Debemos tener en cuenta que los tambos se encuentran siempre varios kilómetros tierra adentro, por lo que necesitan más que ninguna otra actividad el trazado de buenos caminos rurales y eficientes redes de energía eléctrica.
Recientemente expertos internacionales en comercio llegados desde Roterdam, donde se encuentra el puerto más importante de Europa y la Universidad en logística más prestigiosa del mundo, establecieron que la cadena de valor de la Argentina no resiste el más mínimo análisis.
Los productores se quejan de las fábricas; los industriales acusan a los supermercadistas y estos, por último, responsabilizan a los gobiernos por todos los males, haciendo hincapié en la fuerte carga tributaria que abonan los productos de primera necesidad. Resumiendo: nadie se hace cargo de la culpa de que los compradores paguen en los mostradores sumas astronómicas.
Es que las distintas partes nunca se sentaron en una mesa común con éxito. El diálogo fue reemplazado por el insulto y la victimización. El mercado local está necesitando una política lechera, un sistema regulatorio donde cada uno se lleve lo que corresponde.
Dos Antecedentes Exitosos
En 2002 y 2003 cuando le tocó gobernar la Argentina a Eduardo Duhalde, prácticamente a diario se desarrollaban en la Jefatura de Gabinete reuniones en las que participaban todos los eslabones de la línea productiva de la carne, los lácteos, las frutas y los productos regionales.
Para la crisis que se vivía en ese momento fue un mecanismo exitoso. Así, cada uno de los participantes resignaba una aspiración en pos del triunfo del diálogo social.
Un segundo ejemplo lo tenemos muy cerca. Cruzando el Río de la Plata, se ha dado una política similar a la recién descripta, pero completamente distinta a la desarrollada por el Frente para la Victoria y Cambiemos.
En el Uruguay aplican el libre mercado: ni siquiera la soja debe pagar aranceles especiales por su exportación, no colocan retenciones a sus producciones primarias y tiene tratados bilaterales con los principales mercados del mundo (Estados Unidos, Europa y China). No obstante ello, como se considera que la leche es un bien vital que no puede estar sujeto a los vaivenes del mercado, realizan permanentes acuerdos y entendimientos entre los tamberos, la industria, los supermercados y las autoridades estatales para darle a este producto, como así también a la manteca, un importe “acordado” por toda la cadena. Luego de las negociaciones, es el gobierno el que dispone administrativamente el valor a pagar.
En el caso de la exportación las cosas son muy distintas. El precio por cada litro es en este caso completamente libre.
A diferencia de lo que ocurre en nuestra geografía, el tambero uruguayo recibe la tercera parte del dinero que el consumidor paga en góndola. Proporcionalmente, una retribución que significa el doble de los dineros que llegan a los ordeñadores de la Argentina.
¿Cómo le ha ido al Uruguay con esta política de pactos y acuerdos internos?
El sector lácteo uruguayo ha venido aumentando su volumen y sus exportaciones de manera ininterrumpida desde hace más de cuatro décadas.
Nuestros vecinos tomaron como modelo otras naciones como Nueva Zelanda y Canadá, que ocupan las primeras posiciones del mercado vendiéndole a otros países nada menos que el 95% de la leche que producen.
Uruguay tuvo semejante suceso gracias a la innovación y a los cambios técnicos y organizativos ya que la superficie ocupada por los productores y la industria se ha mantenido inalterable.
Multiplicaron casi por cuatro el volumen de leche producido, pasando de 723 millones de litros en 1975 a 2.800 millones en 2017.
Argentina representa el dos por ciento de la producción mundial en esta actividad y Uruguay apenas el 0,5. Sin embargo, en la primera mitad de 2017, debido a la crisis aguda que sufrió el gigante SanCor, se tuvo que importar leche y manteca, la mayor parte desde el vecino Uruguay.
Durante el primer semestre la importación de manteca en Argentina creció un 437% respecto a igual período de 2016. El impacto y la diferencia fueron mayores si se los compara con 2015, cuando durante los primeros seis meses la importación del producto fue cero.
En Uruguay, el consumo per cápita de leche ya supera los 250 litros por año, ocupando el quinto lugar en el mundo en la ingesta de estos alimentos. En Argentina, mientras tanto, debido al alto precio que ha alcanzado el sachet o la caja de cartón, hemos retrocedido hasta los 220 litros en ese mismo ranking.
A pesar de tan alto consumo interno, desde Montevideo derrochan optimismo: han llegado al récord de exportar más de la mitad de lo que extraen cada jornada.
A diferencia de Argentina, donde cooperativas como SanCor colapsaron y se vieron obligadas a pasar a manos de grandes holdings privados internacionales, en Uruguay fueron mucho más prolijos a la hora de administrar este tipo de organizaciones sin fines de lucro.
Basta con citar el ejemplo de CONAPROLE (Cooperativa Nacional de Productores de Leche), una empresa de capitales nacionales uruguayos que controla el 70% del mercado local y más del 60% de las exportaciones. CONAPROLE difunde el progreso del sector entre los productores a través del asesoramiento técnico y facilita la adopción de nuevas tecnologías.
Por qué la Leche en Nuestro País no Debería Estar Sujeta a las Leyes de la Oferta y la Demanda
El doctor Abel Albino, desde la Fundación CONIN, trabaja incansablemente para combatir el complejo tema de la desnutrición infantil encabezando cruzadas contra los daños que genera la mala alimentación en el desarrollo de la inteligencia de los chicos. Entre sus explicaciones suele sostener: “Cuando un funcionario dice le damos leche a partir de los cinco años a los niños, ya es tarde”. También afirmar que “si el Gobierno nos permitiera hacer que cada niño reciba desde el momento de su nacimiento en adelante una caja de leche por mes, y cada mujer embarazada y nodriza cuente con cuatro cajas de leche por mes, saldríamos de esta emergencia como una flecha”.
Otro motivo para salvar a la lechería nos lo proporciona FADA (Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de Argentina). Actualmente, la producción lechera equivale a una taza diaria para 120 millones de niños, y nuestra cadena láctea genera más de 238 mil puestos de trabajo genuinos. Dos números claves para la cruzada al ‘rescate de la leche’”.