“Ningún robot tiene (todavía) la capacidad de detectar a un cliente angustiado.”
La fama académica de Stephen Hawking, el físico británico que murió el pasado miércoles 14 a los 76 años, se basa en sus investigaciones sobre los agujeros negros y la teoría de la relatividad general de Albert Einstein, compartida por nuestra compatriota Ensenadense Norma Sanches que se dice descubrió lo mismo por otro camino cinco años antes. Pero, como divulgador científico, solía salirse de su área de investigación, usando su reconocimiento para destacar aquello que consideraba los grandes desafíos y amenazas existenciales para la humanidad en las décadas que se avecinan. Sus advertencias solían generar titulares mediáticos… y controversia.
Hawking reconocía las grandes oportunidades surgidas gracias a los avances en la inteligencia artificial, pero también advirtió sobre sus peligros. En 2014, dijo que “el desarrollo de una inteligencia artificial completa podría significar el fin de la raza humana”. “Los humanos, que somos seres limitados por nuestra lenta evolución biológica, no podremos competir con las máquinas y seremos superados por ellas”, agregó.
En su opinión, las formas primitivas de inteligencia artificial desarrolladas hasta la fecha habían demostrado ser muy útiles. De hecho, la tecnología que usaba para comunicarse incorporaba este tipo de desarrollos.
Pero Hawking temía las consecuencias de aquellas formas avanzadas de inteligencia artificial, las cuales podrían igualar o superar a los humanos.
Hoy la velocidad con la que las tecnologías de automatización están emergiendo, y la medida en que podrían irrumpir en el mundo del trabajo, no debería sorprendernos ya que tiene precedentes. El cambio tecnológico ha reconfigurado el lugar de trabajo continuamente en los últimos dos siglos desde la Revolución Industrial, e incluso antes. No obstante, los últimos desarrollos tecnológicos tocarán en forma selectiva cada trabajo en cada sector y en cada país.
Todos los avances tienen aplicaciones prácticas en el lugar de trabajo y, en algunos casos, ya se han adaptado, integrado y desplegado. Máquinas sofisticadas están reemplazando el trabajo humano, desde fábricas hasta restaurantes de comida rápida. Se están convirtiendo en parte de la vida cotidiana en los campos del periodismo, la ley y la medicina; en la Universidad de Tokio, por ejemplo, Watson de IBM fue noticia en 2016 al diagnosticar en una mujer de 60 años una rara forma de leucemia que no fue detectada por sus médicos durante meses.
Estas tecnologías traen consigo progreso, mejoras de productividad, mayor eficiencia, seguridad y conveniencia, pero también plantean preguntas difíciles sobre el impacto más amplio de la automatización en la fuerza de trabajo en general. Los think tanks y organizaciones como el Foro Económico Mundial pronostican la probabilidad de una gran sustitución laboral por la automatización. Algunos estudios académicos estiman que cerca del 50% de los empleos en USA y Europa podrían automatizarse, aunque otros estudios reducen esa cifra.
Algunas de estas proyecciones se centran en ocupaciones que se consideran en riesgo. El enfoque utilizado es sustancialmente diferente: se considera que las actividades laborales son una base más relevante y útil para el análisis que las ocupaciones. La razón de esto es que, dentro de los sectores, cada ocupación consiste en una serie de actividades constitutivas que pueden tener un potencial técnico diferente para la automatización. Un vendedor minorista típico, por ejemplo, pasará algún tiempo interactuando con los clientes, almacenando estantes o haciendo ventas. Las máquinas ya pueden superar a los humanos en algunas de estas actividades, por ejemplo, en la administración de inventario de supermercados. Pero las computadoras y las máquinas son mucho menos hábiles que los humanos para detectar el estado emocional de los clientes o entender el contexto, ningún robot aún, tiene la capacidad de detectar a un cliente angustiado.
El miedo a la innovación tecnológica de destruir empleo y desplazar a los trabajadores, data de varios cientos de años, incluso antes del movimiento ludita en Gran Bretaña durante la Revolución Industrial.
Los luditas eran obreros textiles en Nottingham que se amotinaron en 1811 para destruir los nuevos telares automatizados que amenazaban sus medios de vida. Desde entonces, no ha faltado la predicción de que las máquinas reemplazarían a los trabajadores humanos, con posibles efectos nefastos. Karl Marx escribió en 1858 que “el medio del trabajo pasa por diferentes metamorfosis, cuya culminación es la máquina, o más bien, un sistema automático de maquinaria”.
En 1930, el economista británico John Maynard Keynes acuñó el término “desempleo tecnológico” para describir una situación en la que la innovación que economizaba el uso del trabajo superaba el ritmo al que podían crearse nuevos empleos. Keynes advirtió que esto era similar a una “nueva enfermedad”, pero también describió esta enfermedad como una “fase temporal de inadaptación”.
Más recientemente, en 1966, un informe de la Comisión Nacional de Tecnología, Automatización y Progreso Económico de los EU predijo que “en la nueva tecnología, las máquinas y los procesos automatizados harán el trabajo de rutina y mecánico”. Los recursos humanos se liberarán y estarán disponibles para nuevas actividades más allá de las que se requieren para la mera subsistencia. La gran necesidad es descubrir la naturaleza de este nuevo tipo de trabajo, planificarlo y hacerlo. A largo plazo, es posible que se necesiten cambios significativos en nuestra sociedad, en educación, por ejemplo, para ayudar a las personas a encontrar maneras constructivas y gratificantes de usar el creciente ocio.
Una lección de la historia es que el despliegue de nuevas tecnologías en el pasado ha llevado a nuevas formas de trabajo, incluso en los casos en que los cambios en las actividades realizadas en el lugar de trabajo han sido muy importantes. En los Estados Unidos, por ejemplo, la proporción del empleo agrícola cayó del 40% en 1900 al 2% en 2000; de manera similar, la participación del empleo en la industria manufacturera cayó del 25% en 1950 a menos del 10% en 2010. En ambos casos, mientras que algunos empleos desaparecieron, otros nuevos surgieron, aunque no se podían predecir cuáles serían esos nuevos puestos de trabajo en ese momento.
La innovación tecnológica puede crear una nueva demanda y nuevas industrias. La impresión es un ejemplo. Cuando el Times de Londres en 1814 se cambió a una revolucionaria imprenta de vapor inventada por el ingeniero alemán Friedrich Koenig, los impresores del periódico organizaron una revuelta que fue sofocada solo cuando el periódico prometió mantener a los trabajadores desplazados. Ese prototipo, que usaba vapor de agua calentada por carbón para impulsar la prensa, inicialmente imprimía 1.100 páginas por hora, o sea cinco veces más que la prensa mecánica que lo precedía. Para 1820, las imprentas podían imprimir 2.000 hojas por hora. En 1828, eso se duplicó a 4.000. Luego vino la invención de las rotativas, que a su vez permitieron cargar enormes rollos de papel en las prensas en lugar de hojas individuales. Por la década de 1860, las imprentas más avanzadas podían imprimir 30.000 páginas por hora. La llegada de la electricidad y el desarrollo de procesos linotípicos y fotomecánicos capaces de reproducir fotografías significaron que, en 1890, el New York Herald pudo imprimir 90.000 copias de su papel de cuatro páginas por hora, con ilustraciones a color. Esta corriente de innovación, combinada con una mayor libertad de prensa, impulsó el crecimiento de una industria de periódicos vibrante y de rápido crecimiento en los Estados Unidos, Europa Y América Latina, creando millones de trabajos en impresión, periodismo y otros campos relacionados(*).
La evidencia más reciente a nivel macroeconómico sugiere que los vínculos positivos entre el progreso tecnológico, la productividad y el empleo continuaron durante el siglo XX. Se han informado aumentos positivos en la productividad y el empleo en los Estados Unidos en más de dos tercios de los años transcurridos desde 1929. Un tercio de los nuevos empleos creados en los Estados Unidos en los últimos 25 años no existían, o apenas existían. Sin embargo, en los últimos años, ha habido una notable divergencia entre la productividad y el salario, y la participación del trabajo en el ingreso ha disminuido en muchas economías avanzadas.
Hawking reconocía las grandes oportunidades surgidas gracias a los avances en la inteligencia artificial, pero también advirtió sobre sus peligros.
En su opinión, las formas primitivas de inteligencia artificial desarrolladas hasta la fecha habían demostrado ser muy útiles. pero le temía a la Inteligencia Artificial completa.
Es un temor que tendremos que enfrentar indefectiblemente en los años por venir.
Por Alfredo Atanasof
Ex jefe de Gabinete de Ministros del Gobierno Nacional.