Después de varias idas y venidas en el 2004, 2010 y 2012, las negociaciones para la firma de un tratado de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea se relanzaron a fines del 2016 con la llegada al poder de Cambiemos en la Argentina y de Temer en Brasil luego de la destitución de Dilma Rousseff.
No hubo firma en diciembre de 2017 durante la conferencia ministerial de la Organización Mundial del Comercio, como lo esperaba la Argentina, ni en el primer semestre de este año.
De no resolverse en septiembre, el proceso corre el riesgo de perder impulso y quedar paralizado por unas elecciones indefinibles en Brasil y el recambio tanto del poder legislativo comunitario como de la conducción política de la Comisión Europea que se avecina en mayo del 2019.
¿Habrá finalmente acuerdo?
Una negociación entre regiones tan asimétricas como la UE y el Mercosur es compleja. Desde el punto de vista técnico, el diálogo se encuentra en un estado avanzado. Ya no hay mucho que puedan hacer los negociadores, el resultado depende ahora de decisiones políticas.
A nuestro juicio, los ítems pendientes más relevantes en la agenda son: autopartes, cabotaje marítimo, indicaciones geográficas (mayormente vinos y quesos) y en menor medida el acceso a mercados públicos del Mercosur. Funcionarios de la UE afirman que el área de patentes para medicamentos y agroquímicos estaría “resuelta”.
Al inicio de las negociaciones hubo una fuerte resistencia del lobby agrícola comunitario, Copa Cogeca, y de Estados miembro como Francia, Irlanda y Polonia. Sin embargo, el campo ya no es un estorbo. Salvo representantes del sector cárnico irlandés – a la defensiva por la posible pérdida de acceso al mercado británico y la competencia del Mercosur – no hay tanta oposición. Después de todo, el incremento ofrecido va de las actuales 70.000 a 99.000 toneladas de carne, sin superar la oferta que la UE hiciera en el 2004. Siguiendo la línea de sus connacionales, Phil Hogan, comisario europeo de agricultura y desarrollo rural, ha sido desde el principio uno de los duros frente a la Dirección General de Comercio conducida por la liberal Cecilia Malmström.
Por el contrario, los exportadores de maquinaria abogan por el TLC. En la Asociación de la Industria de Ingeniería Mecánica Alemana (VDMA) – la más grande de Europa en cantidad de miembros y con una facturación anual de €218 mil millones en 2015 – afirman que el tratado con el Mercosur tiene más potencial que el reciente acuerdo firmado entre la UE y Japón.
Desde la asunción de Trump, la UE se proyecta como el campeón del libre comercio. Su liderazgo llega a la elección del 2019 con buenos resultados: han firmado un tratado de libre comercio con Canadá, han modernizado su TLC con México y concluido otro con Japón dándole forma a la zona de libre comercio más grande del mundo. A su vez, acordó negociar TLCs con Nueva Zelanda y Australia. La semana pasada el presidente de la Comisión, Jean-Claude Junker, visitó Washington para tratar la cooperación en torno a un TLC con EEUU.
Cabe entonces preguntarse que tan prioritario es hoy para la dirección política de la Unión llegar a un acuerdo con el Mercosur en el 2018. Desde el lado Argentino están confiados, aunque las reticencias de terceros podrían estancar la negociación. Todo es posible.
En años anteriores, gracias al elevado precio de las materias primas, la balanza comercial Mercosur UE había presentado superávit. Con la caída de los precios de la soja y commodities en general es hoy deficitaria. En el 2016 la UE importó productos del Mercosur por un total de €42 mil millones, de los cuales un 84% son bienes agroindustriales. Exportó €43 mil millones, de los que casi un 95% fueron productos industriales. El intercambio comercial con el Mercosur significó en 2016 el 2,4% de sus importaciones totales y el 2,5% de sus exportaciones, mientras que para el Mercosur la Unión es el principal socio comercial: en 2015 representó el 21% del total del comercio del bloque. La UE ocupa todavía el primer lugar como inversor externo y el acuerdo puede servir para consolidar su posición.
Los críticos del mismo señalan la potencial profundización del perfil primario exportador, la amenaza para las pymes de la industria automotriz y maquinaria que evidencian mayor protección tarifaria en el Mercosur, el proteccionismo por medio de subsidios y barreras no arancelarias de la política agrícola común y las trabas al biodiesel argentino. Por otro lado, los optimistas ven en el TLC una oportunidad de modernización, de aumento de la inversión externa directa y una mejor reputación del Mercosur. La eliminación o reducción de los aranceles podría significar una baja en los costos de los insumos industriales y bienes de capital importados.
Siendo el Mercosur el bloque más cerrado del mundo, este primer tratado sería un buen comienzo para lograr otros y si bien no es el mercado más fácil para nuestro país, el TLC brindará oportunidades para exportar más a Europa.
Acuerdos de esta naturaleza tardan en implementarse, la desgravación se dará en un período de entre 10 y 12 años. El gran desafío para la Argentina y sus socios es generar políticas públicas que mejoren la competitividad de los países del bloque y preparen a los sectores más frágiles para los desafíos que vienen. Es importante entender que con o sin tratado de libre comercio los cambios tecnológicos siguen su curso y la competencia llegará tarde o temprano. Consideremos a modo de ejemplo que solamente las empresas del VDMA representan el 10% de los gastos de investigación y desarrollo de la economía alemana en conjunto.
Juan Ghersinich Eckers