NO HAY DERECHOS SIN OBLIGACIONES

Por Graciela Russo.

 “El Ejercicio de un derecho no puede limitar los derechos de las demás personas”

Es una frase que debiera funcionar como reguladora si es que en verdad quisiéramos vivir en una sociedad civilizada. Pero por el contrario, hoy nos encontramos frente a otra realidad: todo el mundo cree que puede hacer lo que quiera, en el momento que quiera, sin importarle lo que le pase al otro.

Desgraciadamente no hablamos de hechos aislados ya que es un proceder que venimos padeciendo los argentinos desde hace un par de décadas.

Nadie piensa, ni muchos menos insinúa, que habría que oponerse a las marchas en las calles, ni a los reclamos de los trabajadores, pero todas estas movilizaciones no pueden ser consideradas como valederas si en paralelo les están prohibiendo al resto de la gente su regreso a la casa, la asistencia al trabajo, la concurrencia al médico. O simplemente la posibilidad de trasladarse por las calles de un lado al otro en libertad.

Pero este cotidiano atropello social no termina acá. Es algo que también vemos en las colas para hacer algún pago, en las rampas o en las paradas de colectivos obstruidas por vehículos mal estacionados, en la gente que vende en las veredas frente a negocios habilitados, en los autos detenidos en doble fila impidiendo el paso de otra unidad, en las ambulancias o en los bomberos desesperados para que les permitan pasar frente a una emergencia, en la gente que insiste en subir a un medio de transporte público sin el barbijo o puesto incorrectamente, en los mapuches reclamando media Patagonia, en las empresas exigiendo cobrar los servicios públicos no brindados.  Y así podría seguir anotando ejemplos de manera exponencial.

¿Qué estoy queriendo demostrar con esto? La anomia social es el peor diagnóstico que puede sufrir una sociedad. Según el sociólogo Émile Durkheim “la naturaleza humana necesita una autoridad que le ponga límites a sus pasiones y deseos, puesto que su ausencia podría llegar a ser destructiva para el propio individuo”.

Somos algo más de 45 millones de habitantes a lo largo y ancho de todo el territorio y si no damos un giro de 180 grados en nuestro comportamiento social o aparece un elemento aglutinador que ordene las cosas esto puede terminar en un verdadero caos. Para no decir que por momentos ya vivimos en un verdadero caos bien alejado del respeto que nos merecemos.

Porque ante cada queja de un perjudicado circunstancial, y marco esto porque el que hoy está en una vereda mañana puede estar en la otra, la respuesta que recibe a boca de jarro es “lo hago porque tengo derecho”. Pero cuando todos solamente tenemos derechos, implica que ninguno tiene obligaciones. Y es en este punto donde se comienza a tejer una peligrosa telaraña que nos puede terminar atrapando a todos.

Resulta absurdo, que a 38 años del regreso a la democrática algunos todavía confunden el orden y el respeto con valores autoritarios y antidemocráticos, desconociendo el terrible daño que están haciendo con esa actitud.

La enseñanza en los hogares está basada principalmente en el orden y el respeto. La educación en la escuela también debiera estar centrada en el orden y en el respeto, entonces ¿por qué suponemos que esta forma de encarar las cosas las debemos dejar de lado cuando nos encontramos en las calles?

Todas las personas -independientemente de la edad, el origen, la cultura y de cualquier otra circunstancia- tenemos derechos que se nos deben respetar, al igual que todos -desde el más pequeño al más adulto- también tenemos deberes que cumplir. Si no logramos entenderlo estaremos frente a un grave problema que inexorablemente nos destruirá como sociedad.

Resumiendo, hoy en la Argentina cada uno hace lo que se le viene en ganas y esto es algo muy doloroso, porque amparándose en el derecho individual nadie tiene ni un gramo de empatía por el otro.

No es lógico que se pida trabajo impidiendo el trabajo del otro, no es racional que reclamemos más salud si le cortamos el camino a una ambulancia para que alguien salve su vida, no debiera ser natural que se usurpen tierras sin pensar que éstas pueden tener dueños.

Tal vez, si nuestra dirigencia en general y cada uno de nosotros en particular nos detuviéramos a pensar por un minuto que la reciprocidad es fundamental para que una relación personal o de sociedad  funcione y perduren en el tiempo, seguramente nuestro horizonte podría ser menos brumoso.

Tengamos en cuenta dos frases que el Papa Francisco escribió en la Encíclica Fratelli Tutti: “Hablan de respeto a las libertades, pero sin la raíz de una narrativa común”…”Cada uno es plenamente persona cuando pertenece a un pueblo, y al mismo tiempo no hay verdadero pueblo sin respeto al rostro de cada persona”.